Ayer, Jueves 11 de Agosto, nos despertamos los dos temprano para ir a la Academia de Josué. Los de la Academia organizaban una visita al Buckingham Palace (la residencia oficial de los reyes británicos) para ver el cambio de guardia; Josué iba a ir, y yo, de paso, me acoplaba.
Estaba medio chispeando, pero no hacía del todo frío. La gente estaba esperando por fuera cuando llegamos (todos españoles). Identificamos a una chica como canaria desde que la oímos hablar. Hubo un pequeño lío antes de partir: que si se retrasaba la visita, que si se cancelaba, que si al final se hacía... Total, que de repente la gente se empezó a mover hacia la parada de metro, y, nosotros, sin saber lo que había pasado al final, fuimos con ellos.
No sabíamos que había pasado porque el monitor era tan joven como los alumnos, e iba igual vestido que los demás, así que no sabíamos que era monitor.
En el metro, la chica canaria se entretuvo sacando los billetes del metro, y un pequeño grupo nos quedamos esperándola. Cuando acabó, nos miró con cara de sorprendida y dijo "¡ah! pero si yo no voy a la excursión"... ¡Muy bien! Corrimos escaleras abajo hasta el metro, donde nos esperaba el resto del grupo. Efectivamente, la chica se bajó en la siguiente parada, ella sola.
El que nos guiaba estaba un poco pescando y nos hizo coger 3 líneas distintas de metro (cuando con dos líneas bastaba). Además, cuando salimos de la parada en St. James' Park (una de las paradas cercanas al Buckingham Palace) se equivocó y empezó a caminar en dirección contraria al palacio, hasta que se dio cuenta.
Al final llegamos una hora antes del cambio de guardia, y ya empezaba a haber más o menos gente aglomerada en las vallas. Josué y yo nos separamos del resto del grupo (que estaban todos un poco pescando, pues se quedaron hablando en medio de la plaza, en vez de coger sitio) y nos pusimos en un buen sitio: en el centro, y casi pegados a las vallas. Allí hicimos tiempo durante una hora: hablando, mirando a la gente, leyendo un periódico que habíamos cogido en el metro (aquí en todos lados encuentras periódicos gratuitos: Metro, Evening Standard...). De vez en cuando pasaban caballos de la guardia, o un pequeño pelotón de guardias, por la rotonda que hay antes del Palacio, pero a parte de eso, todo el entretenimiento consistía en ver cómo un guardia iba de un lado a otro -siempre con el mismo recorrido- dentro del Palacio.
Cada minuto que pasaba se llenaba más de gente el lugar, hasta el punto de que mirabas hacia atrás y sólo veías cabezas y paraguas. Nosotros teníamos justo delante dos portuguesas que sostenían un paraguas que nos daba bastante miedo. Por dos veces estuvo a punto de sacarle un ojo a Josué, si no fuera porque lleva gafas. Además de los instintos asesinos, el paraguas no dejaba ver a la gente, y por mucho que la gente dijera indirectas tipo "¡Eo! La lluvia hace rato que paró" en distintos idiomas, las portuguesas no se daban por aludidas.
Cuando llegó la hora llegó desde el St. James' Park un pelotón seguido de una banda de música. Entraron en el Palacio, se colocaron y uno de ellos empezó a dar berridos que no entendíamos, mientras los demás cumplían sus ordenes. Al rato (buen rato) llegó otro pelotón e hicieron lo mismo. Luego, mientras la guardia se movía de un lado a otro, se iban, volvían... las dos bandas de música tocaron un par de canciones. Al final, un pelotón salió del Palacio y se acabó.
En realidad, esperar durante una hora (y más, que habrá gente que haya estado esperando mucho más), y luego estar ahí apretujados como sardinas en lata, para ver eso, no valdría la pena en cualquier otro lugar. Pero como buenos guiris cumplimos con nuestro deber.
Cuando más o menos se despejó el lugar, nos dirigimos a buscar (por fin) el Big Ben, que no quedaba muy lejos de allí. Antes de llegar, pasamos por la Catedral de la Abadía de Westminster.
Cómo no, tuvimos que admirarla desde fuera, pues costaba 16 libras la entrada. A cambio, te dejaban ver una pequeña capilla que había en el jardín de la Catedral, y que no era más que una capilla normal y corriente (es decir, por no tener, no tenía ni esculturas que mirar, salvo unos cojines con unos dibujillos). Además, por si fuera poco el mosqueo, en la entrada de la capilla había un cartel sobre una hucha enorme que ponía: "¡Ayúdanos! Sólo necesitamos 2.000.000 de libras para reformar esta capilla". Ah, bueno, si sólo es eso no importa.
Desde la Catedral ya podíamos ver el Big Ben cerca, y a medida que nos acercamos a la propia Abadía de Westminster, veíamos el Big Ben más grande.
Estuvimos allí, viendo el reloj, el Támesis, el London Eye (la enorme noria desde la que se ve prácticamente todo el centro de Londres, y más allá).
Pasamos un largo rato allí, antes de que el hambre empezara a hacerse notar.
Caminamos en busca de algún lugar donde comer, pero a la vista de no encontrar nada, nos sentamos en un banco para ver el mapa y decidir donde ir.
Sin embargo, nos entretuvimos como tontos jugando a un juego que se inventó Josué. El juego consistía en que uno decía un lugar de Londres, medianamente importante (es decir, que saliera más o menos grande en el mapa) y el otro tenía que encontrarlo en 10 segundos. En verdad, el juego sirvió para aprendernos algunas zonas, así que estuvo bien que pasáramos el rato así; pero no nos pusimos de acuerdo sobre quién había ganado y quién había perdido el juego.
Al final decidimos ir a Oxford Street, una calle extremadamente larga llena de tiendas gigantes (a lo mejor hay un edificio entero que es una Farmacia, otro que es sólo de Adidas, otro de Apple... etc). Cogimos el metro y antes de salir de la parada de Oxford Circus vimos que por fuera estaba lloviendo más o menos fuerte, es decir, no estaba como para ir a dar un paseo, y menos en esa calle tan larga.
Así, volvimos -ahora con bastante más hambre que antes- a Bayswater, a la batcueva londinense. Compramos carne y refrescos en el Tesco y nos los hicimos allí. La cocina estaba, sorprendentemente, vacía. Luego nos dimos cuenta de que no era tan sorprendente: nadie iba a usarla a las casi 5 de la tarde. Comimos bastante, y, llenos, nos fuimos a tomar la siesta a la habitación, con la intención de despertarnos poco después para volver a Oxford Street.
Cuando nos despertamos, aunque no era muy muy tarde, sí era más tarde de lo esperado, así que cancelamos la visita a la Oxford Street y decidimos ir en la búsqueda de la estatua de Peter Pan en el Hyde Park.
La estatua de Peter Pan es bastante famosa por varios motivos. El primero, el que es totalmente cierto, es porque en los cuentos de Peter Pan escritos por JM Barries, su creador, se nombra muchas veces esa zona del parque y, por lo visto, tiene bastante importancia en la historia del personaje. Por otro, la estatua cobró más importancia porque la colocaron allí durante una noche, y se publicó misteriosamente en el periódico que los niños encontrarían una sorpresa en el Hyde Park. Ahora tiene fama de ser una estatua misteriosa, que está muy escondida en el parque y díficil de encontrar.
Otro dato interesante sobre la estatua; JM Barries creó a Peter Pan basándose en su hermano mayor, que había muerto en un accidente de esquí, y al cual quiso plasmar en un personaje que fuera siempre niño. Así, JM Barries quería que el niño de la estatua fuera su hermano, pero el escultor no lo hizo así, y JM Barries quedó muy decepcionado con la estatua, a pesar de su éxito en el resto de la gente.
Bueno, volviendo al día de ayer, tras caminar por el parque, guiados por Josué, llegamos sin saber cómo a la estatua. Josué decía saberse el camino, pero luego admitió que no se esperaba encontrarla donde la encontramos.
No diré donde está la estatua para que la busque cada uno si alguna vez les da por ir para allá, pero la verdad que pensé que estaría bastante más escondida. Había un pequeño grupo de gente allí -todos españoles, cómo no- sacándose fotos con la estatua. Nosotros nos quedamos un buen rato allí, entretenidos con los animalillos del parque, hasta que seguimos caminando.
Nos entretuvimos un buen, buen rato mirando cómo un hombre daba de comer a un grupo
grande de patos y cisnes que había en la orilla del Serpentine, el río que cruza el Hyde Park. Era divertido, pues los cuatro cisnes que había se peleaban con los pequeños patitos cuando éstos se acercaban a coger la comida; y los patitos a veces se la jugaban acercándose a ellos para coger trozos de pan. Además, estaban las gaviotas, que a lo piti salían volando de repente y les robaban a los demás los cachos de pan.
Así, cuando empezó a atardecer, nos fuimos del Hyde Park rumbo nuestro hostal. Hicimos la cena -bastante menos abundante que el almuerzo pero no por ello menos rica- y más tarde nos fuimos a acostar. No sabíamos cómo, pero se nos habían hecho las 12 de la noche y estábamos tan tranquilos.
Claro, así nos costó tanto despertarnos esta mañana. El plan para hoy: indefinido. En principio tenía que ir a una entrevista de trabajo, pero busqué el lugar y está bastante, bastante lejos de Londres. No sé si iré o no, lo consultaré en breve con la almohada.
¡Buen día!
(Foto que sacamos en el Hyde Park)
Hyde park ofrece instantáneas espectaculares. Esta última tuya es una maravilla.
Te estoy haciendo una recopilación de recetas súper fáciles para la próxima quincena en tu casita de la polaca...ya queda pocoooo.
Besitos, campanilla.